Clara Campoamor (1888- 1972)
“Lucho porque la mujer esté en todas partes y no solo donde el hombre vaya a buscarla”.
Abogada, escritora, política y defensora de los derechos de la mujer española. Creó la Unión Republicana Femenina y fue una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, que se logró en 1931 y fue ejercido por primera vez por las mujeres en las elecciones de 1933.
Tras proclamarse la Segunda República, se promulgó un decreto por el cual las mujeres podían ser elegidas, pero no podían votar. Clara Campoamor se presentó por la circunscripción de la ciudad de Madrid en las elecciones de 1931 por el Partido Radical y resultó elegida diputada.
Durante el periodo de las Cortes Constituyentes de 1931 formó parte del equipo que elaboró el proyecto de la Constitución de la II República integrada por veintiún diputados. Desde esa posición luchó por establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio, la abolición de la prostitución y el sufragio universal (voto femenino). Murió exiliada en Suiza tras varios intentos de volver a España.
Los diarios de sesiones del Congreso del día 12 de enero de 1932, reflejan el debate sobre la abolición de la prostitución.
Clara Campoamor, diputada del Partido Radical, explicó de forma tajante que “la ley no puede reglamentar un vicio”. Habló sobre la vergüenza de que el Estado perpetúe esta situación, a la que definía de una “quiebra para la ética”, expuso el contexto de que España estaba representada en la Sociedad de Naciones de Ginebra y que existía una comisión de protección a la mujer y contra la trata para la desaparición de lo que, por entonces, denominaban “trata de blancas”. Campoamor dejaba claro que “las casas de prostitución reglamentadas, autorizadas por el Estado, percibiendo directa o indirectamente de ellas tributos el Estado-tributos, de una corrupción, de un vicio, son los centros de contratación de la trata de blancas, en donde se pueden albergar fácilmente todas las mujeres, que un vividor, delincuente de oficio, traspasa de ciudad en ciudad y lleva de mercado en mercado”.
De permitirse la prostitución, el Estado permitiría un vicio y apuntaba las que, para ella, son las dos consecuencias más graves: “la posibilidad de la degradación de un enorme número de mujeres y la posibilidad de la degradación de un enorme número de hombres, a quienes las leyes les dicen que puedan acercarse a una mujer sin amor, sin simpatía, sin siquiera un gesto cordial de estimación”.
Meses después, se organizó la ‘Semana abolicionista‘ en un intento de acercar esta postura a la sociedad, donde se contaría con la presencia de Campoamor.
Finalmente el Estado se declaró abolicionista en un decreto del 28 de junio de 1935 del Ministerio de Trabajo, Sanidad y Previsión, con la justificación de que el Gobierno quiere sumarse al abolicionismo “que impera desde hace años en los países más avanzados desde el punto de vista sanitario”. El decreto se basaba en el reconocimiento del principio de igualdad entre el hombre y la mujer. También prohibía “toda clase de publicidad que de manera más o menos encubierta tendiera a favorecer el comercio sexual”.